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No leas El ruido de la luz

CN7VV5GXAAAdI7BHace cinco años que decidí ponerme a escribir El ruido de la luz y hace cuatro que terminé de hacerlo. Pero durante mucho tiempo antes toda la historia se fue fraguando en mi cabeza. Un periodo largo en el que viví obsesionado con un futuro que vislumbraba no muy lejano. Un futuro oscuro, egoísta, violento y peligroso donde nuestro ritmo de vida -que acaba con mares y ríos; tierras fértiles y también su flora y su fauna-, acabaría por empujar a millones de personas a reclamar lo que nunca dejó de ser suyo: el mundo, desde el norte hasta al sur y del este al oeste. Hoy, desgraciadamente, la realidad se acerca mucho a la ficción que describí y que temo pueda superarla.

El ruido de la luz, como yo lo concebí, era una llamada de atención, una advertencia sobre las consecuencias de nuestro modo de vida, sobre nuestra ceguera a lo que pasa a nuestro alrededor, sobre la presión ejercida por nuestro mundo opulento sobre los países más pobres; sobre el abandono al que sometemos a los más desfavorecidos, no solo físico sino también moral. Hoy, septiembre de 2015, todas las páginas, todas las palabras y frases de esta novela carecen de sentido. Es absurda esa descripción en forma de ficción, porque lo que está ocurriendo en cualquiera de las fronteras de Europa o el Mediterráneo supera con creces ese drama ficcional que creé, relatando las vidas y hechos de unos personajes ficticios cuyos nombres hoy describen a personas de carne y hueso, para abrir los ojos de un mundo que vivía, y que vive todavía, en una burbuja aislada, luminosa y casi perfecta.

Si alguien, por algún casual, está leyendo El ruido de la luz en este momento le animo a que deje de hacerlo y busque nombres reales, de personas reales en las páginas de los periódicos, en las televisiones o en cualquier otra parte. Que se preocupe por su vida, su historia y encuentre el porqué de su huida hacia Europa o cualquier otro lugar. Que reflexione con ellos y les acompañe. El ruido de la luz tuvo su misión, ahora la realidad tiene otra.

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